martes, 13 de octubre de 2009

La melancolía educativa


    por Claudia Romero (para LA NACIÓN)
    ¿Por qué son tan recurrentes los cambios en la secundaria? ¿Qué significan estas idas y venidas, este movimiento reiterado y pendular que va de la innovación a la restauración de formatos tradicionales? ¿Cómo sobreponerse a la sensación de que una vez más los cambios que se anuncian resultarán insuficientes para la envergadura del problema?
    La frenética sucesión de cambios legislados desde los ministerios hacia las escuelas, contrasta con una inmovilidad pasmosa en las estructuras más profundas de la escuela secundaria, que, en realidad, parece sumergida en un estado de melancolía.
    La melancolía, como ya se describía en la Edad Media, es un "mal de fronteras", "una enfermedad de la transición", un mal que ataca a quienes han perdido algo o no han encontrado todavía lo que buscan. Y es que la escuela secundaria está en la búsqueda de una nueva y verdadera identidad, no de versiones maquilladas de lo mismo, y esto es lo que aún no encuentra.
    La extraordinaria expansión del nivel secundario en las últimas décadas la enfrenta ahora al formidable desafío de transformar su sentido más profundo.
    La conversión de una escuela selectiva pensada "para pocos" en una escuela "para todos" no describe un camino precisamente dulce, sino atravesado por el malestar. Dolor por lo que la escuela ya no es y por lo que aún no puede ser. Sufrimiento al ver disminuida la capacidad de proteger, de contener, en fin, de educar.
    El desencuentro entre la escuela y la cultura contemporánea, la vigencia de un ideal de alumno que ya no guarda relación con las identidades juveniles actuales, el vacío académico o su contrapartida el academicismo, la falta de herramientas pedagógicas para atender a la diversidad del proceso educativo, la crisis de autoridad, la estructura fragmentada de los planes de estudio, la carencia de instrumentos de supervisión educativa son algunas condiciones intrínsecas a la escuela que generan una oferta de baja calidad, inequidad, y fuerzan situaciones de desinterés, frustración y abandono. Enmarcado por un contexto de pobreza y de decadencia institucional que todo lo agrava. Nada de esto se cambia con meros anuncios.
    En la Argentina, dejar la escuela secundaria o no haber ido nunca es una experiencia extrema que miles de jóvenes viven casi sin pena ni gloria. Dejar la escuela, dejarse sin escuela, quedarse sin escuela, afuera. O quedarse adentro, pero sin aprender. Y esto, desafortunadamente, tampoco se cambia con anuncios.
    La identidad no está atrás, no es rescatando una identidad perdida como podremos dibujar un nuevo perfil de escuela. Y tampoco la identidad se decreta, se construye.
    Hay que animarse a pensar soluciones integrales que disparen al futuro, con políticas inteligentes, con profesores entusiasmados, que fortalecidos en su poder de enseñar estimulen en todos el deseo de aprender, verdadero antídoto contra la melancolía.

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